La participación es un común demominador en nuestra sociedad. Muchas decisiones se toman por medio del consenso de todos. Este escenario no coincide en el mundo empresarial que, aún teniendo en cuenta la opinión de los miembros de la Organización, son entes jerarquizados en las que la cadena de autoridad es un pilar fundamental.
Las personas en la empresa necesitan ser mandadas, tener límites. Sin límites es muy posible que, desde muy temprano, los trabajadores comiencen a probar a su jefe, para ver hasta dónde pueden llegar y, poco a poco, le coman el terreno, anulando totalmente su capacidad de mando.
Los operarios necesitan la autoridad. Les hace sentirse más seguros si conocen los límites que no pueden traspasar. Es muy llamativo que en los institutos de enseñanza cuando existen problemas con algún profesor, en muchos casos, los alumnos le echan en cara que no ha sabido imponerse y la clase ha derivado hacia el caos.
El peligro de que las normas internas de la empresa no estén establecidas por escrito es que el jefe tiene aplicar el sentido común para determinar qué está bien y qué está mal. Si existen varios jefes, pueden convivir varias interpretaciones distintas de un mismo suceso dentro de la empresa. Este hecho nos puede derivar a un estado de desconcierto permanente.
Para que esto no ocurra es muy importante que la empresa establezca muy claramente los límites que marquen lo que se debe hacer y lo que “no” se debe hacer. Estas reglas deberían estar contenidas por escrito en un manual de régimen interno del que todos los miembros tienen que tener conocimiento